JUICIO AMAÑADO PARA MATAR A DIOS
- Por lujardo
Por Ricardo Luján
Después de un manoseado proceso realizado de madrugada, el Tribunal Supremo Judío en complicidad con el gobernador de la provincia romana de Judea, luego de ser juzgado dos veces -una por la ley hebrea y otra por el derecho romano-, el viernes pasado se realizó el juicio para matar a Dios.
Al condenado, -de nombre Jesús, nacido el Belén de Galilea y de oficio carpintero-, le imputaron los cargos de sedición y blasfemia, que según la ley hebrea deben ser sancionados con la pena capital.
La denuncia sostiene que el presunto responsable anduvo propalando que era Dios hecho hombre, el Mesías, y que podría destruir el templo de Salomón y ser capaz de reconstruirlo en tres días, palabras que los fariseos consideraron execrables por atentar contra Dios y dignos de un castigo ejemplar.
La aprehensión tuvo lugar la noche del jueves en el Huerto de Getsemaní, al noreste de Jerusalén, donde Jesús se encontraba en compañía de algunos de sus seguidores quienes se pusieron violentos durante el operativo, incluso uno de ellos le cortó la oreja a un soldado, pero la cosa no pasó a mayores porque el inculpado, -quien tiene bien ganada fama de realizar milagros-, se la volvió a poner en su lugar, y en ningún momento se resistió al arresto.
La ubicación de los sediciosos se logró establecer gracias a los datos proporcionados por un desertor del grupo, de nombre Judas Iscariote, quien cobró la recompensa de 30 monedas de plata, y a quien horas más tarde se le encontró colgado de un árbol con una soga al cuello y sin nada de plata, hechos que según las autoridades ya están siendo investigados.
En la madrugada del viernes se llevó a cabo el primero de los juicios en la casa de Anás, el Sumo Sacerdote, cuyo odio hacia Jesús lo había llevado a fraguar su muerte, rencor que se vio exacerbado luego que el predicador corriera a chicotazos del templo a los mercaderes, entre ellos a vendedores de animales para sacrificio, negocio a que se dedicaban Anás y su familia, a quienes el inculpado acusó con un grito lapidario: “¡Han convertido mi casa de oración en una cueva de ladrones!".
La defensa del inculpado a cargo de Nicodemo, -quien no obstante ser miembro del Sanedrín presentó una brillante argumentacion que hizo tambalear las intenciones de Anás-, manifestó su desaprobación del veredicto al considerar que el proceso estuvo plagado de flagrantes irregularidades y no cumplió con los tres principios rectores de la ley judía en vigor, como es el de “diurnidad”, pues el juicio se realizó durante la noche. Tampoco se apegó al requisito de “publicidad”, es decir, los alegatos y desahogo de pruebas debían ser públicos y realizarse en la plaza central de Jerusalén y no en otro sitio.
El colmo de la violación al debido proceso, asegura el entrevistado, se presentó cuando los dos testigos de cargo no resistieron el interrogatorio y cayeron en contradicciones, ante lo cual decidieron huir de la improvisada sala del juicio, sin que se aplicará el tercer principio, el de “defensa”, que establece que en caso de falsedad de declaración, la parte acusadora debe sufrir la misma pena que solicitaba para el acusado.
“Ambos escaparon y su huída fue solapada y protegida por el Sanedrín que ordenó sustituirlos por dos fariseos bien aleccionados, ante el temor que se les arruinara el plan de matar al carpintero metido a predicador…al final lograron su objetivo con un jurado a modo”, dijo.
“Son tres graves irregularidades, tres disposiciones irrenunciables las que no se acataron, y eso es muy decepcionante”, remató Nicodemo quien, fuera de libreta, manifestó su intención de dejar el Sanedrín.
Se consumaba así el primer juicio contra Jesús, cuya sentencia tendría que ser ratificada por el gobernador romano, Poncio Pilatos, quien debía su puesto al emperador Tiberio y lo que menos quería era caer de su gracia, así que no le gustaba enemistarse con los hebreos y sus cuestiones religiosas.
Por otro lado, la esposa del político romano, Claudia Prócula, tenía una esclava de nombre Berenice, quien era seguidora del Mesías y solía relatarle a su ama de sus sermones y el fervor que despertaban sus asombrosos milagros, de tal forma que la señora de alguna manera simpatizaba con Jesús y platicaba a su esposo de las andanzas y sermones de aquel hombre tan carismático.
Tal vez esta situación fue causa de que Pilatos buscara la forma de no condenar a Jesús, en lo que vendría a ser el segundo juicio.
Le dijo a los miembros del Sanedrín que encabezaban a la muchedumbre: “No encuentro delito en este hombre y no puedo homologar su muerte”, lo que enardeció los ánimos de los presentes.
Pilatos decidió interrogarlo de nuevo:
-¿Tú quien eres? preguntó.
Jesús permaneció callado.
-¿Es cierto que tú eres el Cristo?
-Tú lo has dicho.
-¿Y a qué has venido?
-Yo he venido a dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es la verdad oye mi voz”.
Pilatos se quedó “de a seis” con la respuesta.
-¿Y qué es la verdad? musitó desconcertado mientras pensaba de Jesús estaba loco.
Entonces volvió a decir a los sacerdotes que no encontraba delito alguno en Jesús.
-Anda alborotando a todos, empezó en Galilea y ahora ya llegó a Jerusalén.
Al escuchar que Jesús era de Galilea, Pilatos vio otra manera de salvarlo. Al no ser de de su jurisdicción lo mandó a Herodes Antipas, porque Galilea estaba bajo su mando, y dio la casualidad de que se encontraba en Jerusalén en ese momento en una suerte de tour pues le divertían las celebraciones religiosas hebreas.
Pero tampoco resultó, porque Jesús ante Herodes se negó a hablar, por más que le pedía que hiciera un milagro. Herodes también lo consideró loco, se burló de él lo golpeó y humilló poniéndole una vieja túnica roja como símbolo de majestad.
Lo devolvió a Pilatos, quien para no matarlo decidió castigarlo a latigazos para luego liberarlo.
Pero la furia del Sanedrin clamaba sangre.
“No estamos de acuerdo, queremos que muera”, dijeron.
Como último recurso Pilatos les propuso cambiar la vida de Jesús por la de Barrabás, asesino y salteador, enemigo público número uno de Jerusalén.
“Si sueltas a Jesús diremos a Tiberio que liberaste a uno que se dice rey, porque nosotros no tenemos más rey que Tiberio.
Como por consigna la gente gritó: ¡Crucifíca a Jesús y suelta a Barrabás..!
Pilatos palideció ante la amenaza de ser acusado ante el emperador y, luego de lavarse las manos a manera de deslinde, autorizó su muerte, que se realizó no apegada al derecho romano que hubiera sido por decapitación con espada (gladium), sino bajo las leyes hebreas, mediante la crucifixión, la más horrenda, dolorosa y cruel de las ejecuciones.
Así, por un delito de carácter político Jesús fue condenado por las leyes romanas, y crucificado por un delito religioso por el tribunal hebreo.
(Con datos tomados de la monografía sinóptica “El proceso de Cristo”, del maestro abogado y escritor Ignacio Burgoa Orihuela (1918-2005).
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