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TORIBIO ORTEGA, UN HÉROE MINIMIZADO

  • Por lujardo

Por Ricardo Luján

Al primer mexicano en levantarse en armas contra el porfiriato no le ha hecho justicia la Revolución, a juzgar por el tamañito de su estatua.

Mientras el monumento a Francisco Villa se eleva unos seis-siete metros con todo y el caballo, el de Benito Juárez más de diez, la sola figura del Policía Caído mide unos siete metros de altura y la de Emiliano Zapata unos ocho -datos a ojo de buen cubero-, la estatua de Toribio Ortega no llega ni al metro treinta centímetros.

Quedó tan pequeña que parece una personita ataviada con uniforme militar, cuando el hombre no era chaparro, a juzgar por fotos donde se mira más o menos del mismo pelo que mi general Villa.

Se ve tan chiquito que, aunque está parado sobre una base de medio metro, no alcanza siquiera a asomar la cabeza por encima del enrejado de la otrora majestuosa Quinta Touché, en avenida Independencia y Paseo Bolívar, regalo de Navidad del mismísimo gobernador Francisco Villa a su compadre Toribio, luego de expropiarla a un comerciante árabe apodado el Turco, que había huido a Texas por miedo a los revolucionarios.

Otro agravio a mi general Ortega es que aunque su nombre aparece inscrito en la sede del Congreso en letras “de oro”, oficialmente no ha sido declarado Benemérito del Estado.

El pasado jueves el pueblo natal de don Toribio se pintó de fiesta al convertirse en sede de los poderes del Estado, con sesión del Congreso y toda la faramalla propia de la grilla cortesana. 

Como cada año desde los tiempos del gobernador Óscar Ornelas -a excepción del quinquenio corralista-, Cuchillo Parado se vistió de tres colores y adelantó el desfile, así como hace 114 años mi general Ortega -jefe del Club Antirreeleccionista del poblado-, quien no se aguantó sus ansias de novillero y le declaró la guerra al tirano seis días antes de la fecha marcada por el plan de insurrección lanzado por Madero.

La estatua del prócer se pierde entre la crecida maleza que oculta la placa con su nombre clavada en la tierra. En verano la yerba silvestre le llega hasta la cintura.

De día parece un niño parado en el espacioso jardín que rodea la fastuosa residencia, bajo encargo del Instituto de Cultura del Municipio y hoy tan deteriorada que más que en remodelación parece estar en proceso de abandono. De noche la figura de plano no se observa.

Una gruesa cadena y un candado mantienen cerradas las puertas de fierro vaciado de la entrada principal. El letrero colocado a un costado del acceso principal, que señalaba a los visitantes el histórico lugar, está totalmente borrado y despintado.

Solo un par de guardias privados se mantienen en las afueras de la casona, mientras dos sujetos con atuendo de trabajo, mochila, casco amarillo, escobeta y recogedor, entran y salen de la residencia.

Según los guardias, son los encargados de remodelar el museo de Toribio Ortega que pomposanente se anuncia en las guías turísticas. Vaya usted a saber quién los supervisa o vigila y lo que estarán haciendo.

Un vigilante joven y otro viejo, apoltronado éste último en una silla a la sombra de un abeto, amablemente me indican que ni madres de pasar a tomarle fotos a la estatua de don Toribio. “Por mí se la puede llevar pero no lo puedo dejar pasar…”

En ese momento una mujer entra por la puerta trasera y de inmediato le pregunto si trabaja ahí.

-“¡Ay, no, señor…! Yo sólo vengo por mi carro, me dejan guardarlo aquí...”

Es curioso que el supuesto museo tenga 4 años “en remodelación”  y en internet diga que está en servicio y abre mañana lunes a las 9:00 de la mañana.

Quien sabe. El caso es que a mi general Ortega la historia lo ninguneó feo, al menos en esta capital, donde dejó de existir el 16 de julio de 1914, víctima de la fiebre tifoidea que contrajo semanas antes en la batalla de Zacatecas.

Porque la estatuilla es lo de menos. Mi general Ortega no tiene ni tumba donde descansar en paz.

Sus funerales, eso sí, fueron de estado, con Villa a la cabeza de varias brigadas de la División del Norte despidiendo al héroe, uno de los hombres más queridos por el Centauro, por su valor, arrojo y por sus ideales, pues fue su vocación democrática la que lo lanzó a la batalla contra la tiranía.

La brigada González Ortega, su brigada, fue la encargada de realizar los honores de ordenanza mientras que la brigada Ángeles formó una valla desde la residencia hasta el cercano Panteón de la Regla, donde sus restos fueron depositados junto a la tumba del general Trinidad Rodríguez, muerto en la batalla de Zacatecas, al lado de donde Villa mandaría construir su mausoleo, que al final quedó como cenotafio.

Se suponía que era ésta su última morada, pero no. Sus restos cambiaron de un lugar a otro en las siguientes décadas: que a la capilla de Villa, que al  “partenoncito” o Rotonda de los Hombres Ilustres en su ubicación original en donde hoy está el Instituto Tecnológico, después en la Ciudad Deportiva, y de ahi en el sótano debajo del Ángel en la Plaza Mayor…Al menos eso dicen las crónicas…

“La verdad es que la mentada rotonda se ha convertido en bodega de jardineros y para guardar las ramas del pino de Navidad”, comenta decepcionado don Edelmiro.

Además, en la década de los 50 el panteón de la Regla fue clausurado por el Municipio en tiempos del alcalde “Tuto” Olmos, y algunos cuerpos fueron exhumados y depositados en el panteón de Dolores, pero la mayoría fueron arrasados ante la falta de deudos que los reclamaran. Así que no existe la certeza ni el rigor histórico para asegurar dónde quedaron los restos del revolucionario.

Pero para el historiador Edelmiro Ponce de León “los restos de Toribio Ortega se le perdieron al cronista Rubén Beltrán”, en las oscuras maniobras para declarar a Cuchillo Parado precursor del movimiento armado de 1910.

No solo carece de tumba, sino que hasta su trayectoria y proeza son cuestionadas:

“La verdad es que Toribio Ortega no fue tan notable, aunque sí estuvo en algunas batallas importantes,  solo que por sus ideas antiporfirianas se ganó la amistad del gobernador Abraham González y por su valor y arrojo se hizo hombre de confianza de Villa.”, afirma el maestro Ponce de León.

“Si bien Ortega fue el primero en declararse en rebeldía contra el gobernador Enrique C. Creel y el cacique Luis Terrazas, la primera escaramuza la protagonizó hasta el 10 de diciembre. En tanto que Pascual Orozco asaltó la comisaría de San Isidro, Guerrero, el 19 de noviembre”.

Lo que Chihuahua no olvida es la traición de Orozco a Francisco I. Madero, así que la cuna de la Revolución por decreto oficial es y seguirá siendo Cuchillo Parado… “Haiga sido como haiga sido”.

 

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