El Juez que enfrentó a El 300 y encaró a El Tigre
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Félix no es un improvisado. Durante más de 12 años ha caminado los pasillos de los tribunales penales del norte de México, enfrentándose cara a cara a traficantes, consumidores y víctimas del narcomenudeo. Pero lejos de encerrarse en una visión punitiva, su enfoque ha sido profundamente humano. "No tengo miedo de procesarlos porque me apego fielmente al derecho, ya la justicia, siempre respetando la dignidad de la persona. Nunca he sido inquisitivo, solo justo".
Hablar de justicia en Chihuahua es hablar de casos complejos, decisiones difíciles y personajes peligrosos. Y en el centro de muchos de esos momentos ha estado Félix Aurelio Guerra Salazar, juez penal que hoy busca la reelección para seguir impartiendo justicia con integridad, dignidad y un profundo sentido humano.
A lo largo de su carrera, ha enfrentado procesos que lo han puesto bajo el escrutinio público, pero también lo han consolidado como una figura firme ante el crimen, con la mirada siempre puesta en el derecho y en la condición humana.
El caso de “El 300”: la justicia por encima del miedo
Uno de los momentos más intensos de su carrera fue el proceso contra René Gerardo Garza Santana, alias “El 300”, señalado como autor de la masacre en Praderas de los Oasis en 2019.
Aunque el Ministerio Público había acusado a “El 300” por secuestro, el juez Guerra Salazar reclasificó el delito como privación de la libertad agravada, explicando que el rescate que se exigía era producto de actividades ilegales entre grupos delictivos, y por tanto no podía tratarse como un secuestro tradicional.
“Esto puede parecer incomprensible para muchos, pero el derecho penal debe aplicarse con total apego a la ley”, afirma.
El juez consideró que había pruebas suficientes para vincular a proceso al imputado. La decisión fue controvertida, pero demostró su compromiso con una justicia técnica, no mediática.
El “Tigre” y la justicia con rostro humano
Julio César Escárcega Murillo, alias “El Tigre”, era temido en Cuauhtémoc.
En medio de una ola de robos perpetrados por jóvenes, este jefe de plaza tomó la justicia por su mano y capturó a los responsables.
A punto de ejecutar su venganza, fue detenido por la súplica de una madre que pidió misericordia por su hijo.
“El Tigre” accedió y entregó a los jóvenes amarrados, con una cartulina: “Aquí están, entregados a la justicia”.
La audiencia con Escárcega se realizó bajo condiciones extremas en un Cefereso.
El acusado llegó encadenado, generando un ambiente tenso.
Sin embargo, Guerra Salazar pidió que le quitaran las cadenas, le pusieran una silla y se sentara a su lado. Fue una decisión arriesgada.
"Al tratarlo como ser humano, algo cambió. Se desarmó emocionalmente. Escuchó, entendió. Eso es ser juez."
Justicia indígena y el respeto a los usos y costumbres
Su carrera también lo ha llevado a los rincones más olvidados del estado, como Maguarichi, donde comenzó su labor judicial.
Ahí, entre caminos de terracería, fue juez, mediador, consejero y testigo de una realidad donde el derecho convive con la tradición.
En una ocasión, recibió un caso en el que el acusado ya había sido desterrado por su comunidad.
Al no presentarse la parte acusadora, descubrió que el juicio ya había sido dictado por las leyes internas del pueblo.
“No puedes juzgar con soberbia. Debes aprender de la cultura del otro y saber dónde estás parado.”
El cadáver arrastrado por Loma Blanca
En otro caso que conmocionó a la opinión pública, en 2019 se presentó ante el tribunal un hombre que fue detenido mientras arrastraba un cadáver por las calles de Loma Blanca. Todavía con sangre seca en el cuerpo y un fuerte olor, Manuel Gutiérrez García fue acusado por inhumación ilegal de un cuerpo.
Aunque su defensa intentó que se considerara un delito menor, el juez determinó que la detención fue legal al tratarse de un flagrante delito. Impuso prisión preventiva por falta de arraigo.
“El olor fétido aún lo recuerdo. Son cosas que uno no olvida.”
El hombre impregnó todo el recinto que ni con aerosoles se podía elimar, tuve que imponer que se le diera acceso a su higiene personal, se había presentado sin bañarse, oliendo a muerte putrefacta.
Contra los secuestradores y el narcomenudeo
Guerra Salazar también ha procesado a bandas completas de secuestradores, como las vinculadas a “El Don del Valle de Juárez”, grupo que recientemente se transformó en una red de narcomenudeo.
En audiencias prolongadas, expuso cómo el crimen organizado muta y se adapta, pero siempre deja una estela de dolor que debe enfrentarse con rigor jurídico.
*Un juez de hierro… con corazón*
A Guerra Salazar se le conoce como el Juez del Hierro, pero quienes lo han visto trabajar saben que su dureza no está reñida con la empatía.
Su filosofía judicial no se basa en castigar, sino en comprender el contexto, hacer valer la ley, y recordar que incluso los criminales tienen una historia humana detrás.
Hoy, busca renovar su compromiso con la sociedad desde el mismo cargo. Porque, como él mismo dice:
“Ser juez no es tener poder. Es tener la responsabilidad de ver al otro, aún en su peor momento, y decidir con justicia, no con odio, sino con empatía.”
*Una carrera de fondo, no de reflectores*
A diferencia de muchos, Félix Aurelio Guerra Salazar no busca protagonismo. Su trabajo, muchas veces silencioso pero firme, ha sido reconocido no solo por las sentencias que ha dictado, sino por la forma en la que ha escuchado a víctimas, ha protegido derechos y ha defendido la justicia aún en entornos hostiles.
En sus propias palabras, no aspira a aplausos ni cámaras: “Solo quiero seguir haciendo lo que sé hacer: aplicar la ley con responsabilidad, ética y sin miedo”.
Guerra Salazar representa una figura poco común en los tiempos que corren: un juez que ha enfrentado al crimen organizado, que ha desafiado estructuras corruptas y que, al mismo tiempo, ha mantenido su sensibilidad intacta.
Quizás por eso, hoy, más que nunca, su reelección no se percibe como una ambición personal, sino como la continuidad de una misión.
En un país donde la violencia ligada al narcomenudeo ha desdibujado la empatía y ha institucionalizado el castigo, el juez penal Félix Aurelio Guerra Salazar se erige como una figura atípica: incorruptible, firme en su conocimiento de la ley, pero sobre todo humano.
Con 12 años de experiencia como juez penal, y una trayectoria de vida dedicada al Poder Judicial, Guerra Salazar es uno de los pocos operadores del sistema que se atreven a ir más allá del expediente, del proceso, del delito, y que contenderá en las próximas elecciones para mantener su posición como juez penal.
Él observa a la persona.
"Nunca he tenido miedo de procesar a quien sea —pandilleros, traficantes, delincuentes peligrosos—, pero lo hago con la firmeza de la ley y con el respeto a la dignidad de cada ser humano", expresa con voz firme.
El rostro de la adicción y la cultura del consumo
El juez Guerra no solo aplica justicia, también reflexiona sobre su contexto.
"Somos el principal consumidor de narcóticos, incluso por encima de Tijuana, Piedras Negras, Monterrey o Ciudad de México, si lo medimos per cápita", denuncia.
Esta realidad va más allá de las estadísticas; tiene rostro, tiene calle, tiene consecuencias: de 3 a 4 homicidios diarios derivados del narcomenudeo, 90 a 100 muertos por mes.
Lo que para muchos es solo un expediente, para él es un reflejo de la sociedad:
"No sólo se normalizó el consumo, nos hicimos insensibles. El narcomenudeo ha criminalizado el consumo y ha saturado los tribunales.
Nos quita tiempo para delitos graves como robos, extorsiones, homicidios o secuestros", explica.
Desde que el gobierno federal trasladó la responsabilidad del combate al narcomenudeo a los estados, el sistema local se ha visto rebasado.
Ciudad Juárez, por ejemplo, encabeza el índice de consumo per cápita en México, y la venta de drogas genera más de 90 homicidios ,ensuales.
“Nos quitaron tiempo para atender los delitos graves. La saturación es brutal. De pronto atendíamos 30 personas diarias, mezclando robos, secuestros y ahora también a jóvenes con problemas de adicción.”
El tribunal que trata enfermedades, no delincuentes
Ante el colapso del sistema, surgió una respuesta: el Tribunal de Justicia Terapéutica.
Guerra Salazar fue uno de los primeros en comprender que la adicción no es un crimen, es una enfermedad.
Se capacitó en Estados Unidos, conoció modelos de tratamiento residenciales y ambulatorios, y contribuyó a implementar un esquema interinstitucional que involucra al Poder Judicial, al sector salud y a instituciones especializadas.
“El sistema cambió. Ya no se trata de criminalizar, sino de ofrecer un tratamiento real. No podemos seguir encarcelando enfermos crónicos como si fueran delincuentes”, afirma.
El nuevo modelo no solo es más humano, sino también más económico:
“Una persona en prisión le cuesta al Estado 3 mil pesos diarios, pero un tratamiento residencial 9 mil al mes. Es paradójico que tengamos dinero para castigar, pero no para sanar”.
*El rostro invisible de la injusticia*
Detrás de cada caso, hay un drama humano: jóvenes que callan por falsa lealtad, padres que prefieren ver a sus hijos presos que asumir su cuidado, comunidades que han normalizado los asesinatos.
"Todos los muchachos en audiencia levantan la mano cuando les pregunto si han perdido a un ser querido por la violencia", cuenta. "Y aun así, algunos siguen atrapados en esa necesidad que provoca el consumo. Su cerebro ya cambió".
Las cifras lo respaldan: de cada 10 personas atendidas por el tribunal, 7 no reinciden, pero 3 regresan debido a adicciones severas, especialmente a metanfetaminas y fentanilo.
“Antes, los cárteles no querían distribuir esas sustancias. Ahora que se desorganizaron, pelean puntos de venta sin importarles que el cliente se muera. Ya no buscan consumidores de por vida, buscan ganancias inmediatas”.
Un sistema que maquilla cifras y normaliza el dolor
Para el juez, la negación oficial de la gravedad del problema es una forma de violencia estructural.
“Se maquillan cifras para aparentar que estamos haciendo las cosas bien, pero el crimen organizado va dos pasos adelante. Mientras no lo reconozcamos, no podremos combatirlo”.
Y mientras tanto, la vida sigue. Las ejecuciones se han vuelto parte del paisaje, como lo fue el asesinato de “Chito” en un barrio cualquiera:
“Antes decías ‘ahí se aparece Chito’ y te daba miedo. Ahora matan a alguien y seguimos barriendo la banqueta como si nada. Ya no lo recordamos”.
Una nueva forma de juzgar
En lugar de llevar a cada imputado a una audiencia individual, el tribunal concentra a 10, 20 o incluso 30 personas en un solo acto.
Esto ahorra tiempo y recursos, y permite enfocar energías en delitos verdaderamente graves.
“Nosotros no diagnosticamos. Trabajamos junto con especialistas, con toxicólogos, que determinan el tipo de tratamiento. Nuestro deber es garantizar que tengan acceso a ese tratamiento y se respeten sus derechos”.
El proceso es riguroso, pero justo. Si el consumo rebasa los límites establecidos, se convierte en “posesión simple”, que puede ser sancionada con prisión, pero generalmente se sustituye por un régimen de firma periódica. El objetivo no es castigar, es rehabilitar.
El juez que escucha, comprende y transforma
A veces, los usuarios ven al juez como terapeuta.
“Nos cuentan su vida, nos ven como psicólogos. Pero eso demuestra que el sistema necesita más humanidad. Ellos no buscan impunidad, buscan comprensión”.
Félix Aurelio Guerra Salazar es un juez que no se esconde detrás del escritorio.
Habla con los jóvenes, escucha a las madres, observa los gestos del adicto que no ha dormido en días. Él representa una nueva justicia: una que no sólo aplica la ley, sino que transforma la realidad.
“No soy inquisitivo. Soy justo. Y creo que la justicia debe tener rostro humano”.
La trayectoria y convicciones de Félix Aurelio
La historia de Félix Aurelio Guerra Salazar no es la de un juez convencional. En cada audiencia, expediente o traslado a un penal de alta seguridad, ha elegido mirar más allá de la frialdad de los documentos.
Contra la corrupción y el prejuicio
“Hay una imagen muy dañina que dice que todos los jueces somos corruptos y millonarios. Es mentira. Esa etiqueta duele a quienes hemos construido una carrera con dignidad.”
Guerra Salazar afirma que si bien hay excepciones negativas, la mayoría de los jueces trabajan con profesionalismo, incluso en condiciones de riesgo. “¿Cuándo han matado a un juez aquí? No lo hacen porque no nos prestamos a la corrupción. Claro que tenemos miedo, pero si nos apegamos a la justicia, al equilibrio y la equidad, podemos dormir con la conciencia tranquila.”
Ha enfrentado escenas terribles, como el caso de un padre que bajo el influjo de las drogas atacó a sus propios hijos, dejando ciego a uno y asesinando al otro.
“¿Cómo llegamos a esto? ¿Cómo reconstruimos desde ahí?
Eso también es parte de ser juez penal: conocer el fondo de las tragedias humanas y actuar con firmeza, sin perder la sensibilidad.”
“No cualquiera puede volar un avión”
Félix Aurelio compara la labor de un juez con la de un piloto. "Cualquiera puede tener una licencia, pero nadie tiene la experiencia y la templanza para volar. Un error cuesta vidas. Lo mismo pasa con la justicia".
Reconoce que muchos jueces valiosos se han retirado por edad o por reformas que excluyeron a profesionales con décadas de trayectoria.
"Y eso fue un error. La justicia necesita experiencia, serenidad y memoria".
Su formación fue rigurosa. "Tuve grandes maestros. Uno me enseñó que el juez debe ser imparcial siempre. La justicia es una balanza con dos verdades, y tu trabajo es inclinarla hacia la que tenga más peso, sin favoritismos".
*Una candidatura con causa*
La candidatura de Félix Aurelio Guerra Salazar representa algo distinto: una justicia con rostro humano, que no niega el castigo cuando es necesario, pero tampoco ignora que detrás de cada expediente hay una vida que merece una oportunidad.
En tiempos donde la desconfianza hacia el poder judicial es generalizada, su experiencia, integridad y sensibilidad lo convierten en un candidato capaz de devolverle al juez penal la autoridad moral que la sociedad necesita.
"No quiero un cargo para imponer miedo. Quiero un tribunal que inspire respeto, dignidad y esperanza".
Ese es el sello de su carrera: una justicia firme, pero no ciega ni insensible.
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