Opinión

La revolución no combinará con tus cortinas: Made in China

  • Por Guadalupe Hernández Herrera

Por: Guadalupe Hernández Herrera.

Queríamos arte al alcance de todos, pero sin preguntas, belleza homogénea, pero sin conflicto. Y lo conseguimos; ahora colgamos cuadros que no dicen nada, pero hacen juego con el sillón...

Las paredes están llenas, pero el arte está ausente. Lo reemplazamos con copias sin alma que no cuentan nada, ni a nadie. Basta una vuelta por cualquier tienda china de barrio, una bodega de decoración o incluso algunos supermercados de cadena para notar la nueva plaga visual: cuadros decorativos “listos para colgar”. Hojas en dorado, budas en relieve, flores monocromáticas, trazos abstractos sin autor, sin historia, sin intención. Están por todas partes. Y lo peor: se venden.

Estas piezas no son arte, aunque lo imiten. Son objetos diseñados para llenar un hueco en la pared y vaciar, al mismo tiempo, todo lo que el arte ha significado históricamente: expresión, identidad, conflicto, búsqueda. El auge de estos cuadros tiene una explicación clara: son baratos, decorativos y de fácil consumo. Están fabricados en serie en talleres industriales chinos, hechos con materiales de baja calidad, pero visualmente atractivos. Responden a tendencias de moda, colores de temporada, y algoritmos que dicen qué es “estético” en Pinterest o Instagram. El problema no es que existan, sino que están reemplazando al arte real. Que han logrado que millones de personas crean que eso es “tener arte en casa”. Que han colonizado el imaginario visual del hogar contemporáneo.

“Se ha confundido belleza con neutralidad, y arte con ornamento. Es como si compraras una idea vacía solo porque combina con tu sala”, dice la artista y curadora mexicana Valeria García Duarte, quien ha dedicado su carrera a proyectos de arte comunitario. Mientras tanto, en talleres precarios, estudios improvisados o departamentos adaptados decenas de artistas locales siguen creando desde lo íntimo, lo político, lo simbólico. Pero sus obras no entran en catálogos de tiendas chinas. No combinan con sofás. No pueden competir con precios que rondan los $300 pesos mexicanos. El mercado no solo los ignora: los empuja hacia la desaparición. Muchas ferias de arte independiente han cerrado. Algunas galerías se han transformado en tiendas de “arte decorativo”. “La gente me pide cuadros por encargo, pero no me pregunta qué quiero decir con ellos. Solo si puedo pintarlos en beige con dorado”, describe Luis Adrián Zúñiga, pintor en Guadalajara que ha tenido que adaptar su estilo para sobrevivir. “Lo más triste es que muchos jóvenes nunca han visto un cuadro auténtico. Creen que arte es eso que venden en la tienda de la esquina”, agrega por su parte la artista visual Natalia Chávez, de Oaxaca. Pero hay quienes resisten. Aunque el mercado no los favorezca, aunque sus obras tarden meses en realizarse y nadie las quiera colgar en un Airbnb o dar en un regalo de bodas, hay artistas que siguen apostando por la verdad, la búsqueda, la narrativa profunda. La próxima vez que veas una pintura “estética” a bajo precio, detente un segundo. Pregúntate: ¿Quién la hizo? ¿Por qué todas se parecen? ¿Qué me dice esta imagen, además de “combinamos con tu comedor”? La realidad es dura: detrás de muchos de esos cuadros hay explotación laboral, copias masivas, ausencia de autoría y una cultura visual anestesiada. No hay historia, no hay alma... solo producción.

El arte real no es cómodo, no siempre es bonito. a veces duele. Pero dice algo, nos refleja como sociedad, nos toca como individuos. Si preferimos llenar nuestras casas de imágenes sin rostro, sin autor, sin historia… ¿qué estamos diciendo de nosotros mismos, qué estamos haciendo con nuestra identidad? Cada vez que elegimos un cuadro sin alma, matamos —un poco más— a los artistas que aún creen que el arte es más que decoración y resisten pese a estos fenómenos. Cuando colgamos un cuadro decorativo hecho en masa, le damos la espalda a un artista y apagamos una voz que tenía algo que decir, solo por conscientemente tomamos la decisión de elegir “bonito y barato”.

Nos hemos vuelto consumidores de imágenes sin nada que decir, habitamos casas repletas de “cuadros bonitos” y vacíos de significado, estamos en la era de confundir el arte con decoración, autoría con diseño genérico, creación con producción en serie. La producción en masa nos ha domesticado visualmente y lo más grave: nos gusta. Hemos hecho del arte un accesorio, y del artista, un obstáculo para la estética cómoda. ¿Qué sigue? ¿Museos vendiendo marcos de MDF? ¿Galerías convertidas en showrooms de importación? El arte real no desaparece solo. Lo estamos desapareciendo con cada compra ciega, con cada muro decorado con mentiras visuales. Estamos sacrificando pensamiento por ornamento, memoria por tendencia, verdad por simetría.

Y si no cambiamos la forma en la que se perciben y comercializan estas nuevas tendencias, tal vez un día —cuando miremos una pared perfectamente decorada— ya no recordemos que alguna vez el arte fue peligroso, incómodo, humano... y nosotros, menos consumistas.

Comentarios