Buen Domingo

EL PRISIONERO QUE BARRÍA FLORES Y NO BASURA

  • Por lujardo
EL PRISIONERO QUE BARRÍA FLORES Y NO BASURA

 

Por Ricardo Luján

A diez meses de que Benito Juárez instalara su gobierno peregrino en Chihuahua, el presidente trashumante debió escapar a Paso del Norte ante la inminente llegada de los franceses, quienes buscaban matarlo por órdenes del emperador Maximiliano.

El 13 de agosto de 1865 las tropas francesas, al mando del general Henri Brincourt, lograron apoderarse de la ciudad sin oposición ni dificultades. Al contrario, fueron recibidos con beneplácito por sectores conservadores de la capital.

El invasor Brincourt designó como prefecto imperial de Chihuahua a Tomás Zuloaga, e inicio una serie de acciones de acercamiento con la población civil, con el propósito de ganarse su simpatía, pues los chihuahuenses en general nunca vieron con buenos ojos la llegada del usurpador. 

Se acercaban los festejos por la Independencia nacional, pero en la ciudad el fervor patrio se sentía ultrajado por la invasión y el descontento popular se percibía en las calles, los mercados, las plazas, las escuelas y las cantinas.

Brincourt supuso que tal inconformidad se debía a que no se habían anunciado las fiestas de independencia y, para subsanar su falta de tacto político, se dispuso a organizarlas precipitadamente. Craso error: salió peor el remedio que la enfermedad.

La noche de aquel 15 de septiembre el ambiente se sentía pesado en la plaza pública, frente al Palacio de Gobierno, ante una desnutrida concurrencia.

Más que fiesta el evento parecía funeral por el desánimo del populacho, salvo los funcionarios del gobierno espurio, algunos miembros “de sociedad” y personajes del clero, nadie se sentía agusto, no era lo mismo que en años anteriores. Pesaba la sombra del invasor.

Los músicos tocaban pero la música no resonaba  en el corazón del pueblo, que sentía ultrajadas sus libertades y pisoteada su dignidad.

En el presidium la cosa era distinta. Zuloaga departía animadamente con el general galo responsable de la invasión y con gente allegada, representantes del conservadurismo local.

El evento transcurrió en aparente calma hasta que llegó el momento del grito, cuando el prefecto imperial empezó a lanzar vivas y en su arenga se atrevió a gritar “¡Vivan nuestros distinguidos huéspedes franceses..!”

Jamás debió proferir tal injuria. 

El grito no cayó en gracia y una veintena de estudiantes del Instituto Científico y Literario no soportaron la burla y respondieron al agravio abucheando a Zuloaga, al tiempo que lanzaban insultos y piedras contra los invitados especiales y contra los soldados franceses que custodiaban el presidium.

Entonces se armó el pandemonium y los aditamentos viriles de aquellos chavos salieron a relucir. Los militares galos arremetieron contra ellos, pero los muchachos no se intimidaron y dando muestra de valentía y pundonor respondieron a puñetazos y patadas.

Piedras faltaban enmedio de la gresca para “atender” a los franchutes, quienes no aceptaron el reto de los estudiantes de dejar los fusiles para darse de chingazos como norteño: a mano limpia, y dispararon sus armas para dispersar a los amotinados que no dejaban de tirar riscazos a los invasores. 

El enfrentamiento principal tuvo lugar junto al templo de San Francisco y el saldo fue de dieciocho detenidos y encarcelados por la guardia imperial bajo el grave cargo de “sublevación contra el imperio”.

Familiares de los estudiantes presos, respaldados por decenas de chihuahuenses, se convirtieron en una piedra en el zapato para las autoridades imperiales, pues exigían su liberación. 

Brincourt y el traidor Zuloaga se encontraron en el dilema de liberar a los muchachos con la consiguiente pérdida de autoridad, o dejarlos encerrados como escarmiento para los enemigos del imperio y provocar mayor descontento social contra el nuevo régimen.

El francés decidió cortar por lo sano y ante la creciente presión liberó a diecisiete de los muchachos detenidos con la advertencia a sus padres de graves sanciones si continuaban de “revoltosos”.

El líder de los estudiantes, al parecer su maestro, y principal instigador de la revuelta, Jesús Escobar, cuyo nombre yace soterrado en el traspatio de la historia, quedó detenido y como castigo fue condenado a barrer las calles cada mañana para exponerlo a la burla de la gente.

Pero esta tierra de hombres y mujeres valientes, nobles y leales le propinó al francés una ejemplar bofetada con el guante blanco de la dignidad y el orgullo: cuando Jesús aparecía en las calles con su escoba, señoras y muchachas arrojaban a su paso carretadas de rosas, claveles, margaritas, jazmines y gardenias para que el distinguido prisionero barriera flores y no basura.

Ante tal demostración de grandeza espiritual de los chihuahuenses, el general Brincourt se sintió como chinche francesa y se vio obligado a mandar a Escobar a Durango, donde quedó recluido hasta terminada la intervención, a finales de octubre.

Muchas microhistorias de heroísmo cuenta nuestra Heroica Ciudad de Chihuahua, que ayer completó trescientas quince vueltas al Sol. Felicidades.