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FILOGONIO ENCADENADO

  • Por lujardo
FILOGONIO ENCADENADO

Por Ricardo Luján

Toda su renga vida Filogonio había cargado al mundo sobre sus espaldas.

Los conflictos mundiales afectaban sobremanera su estado de ánimo: desde hambrunas, terremotos y guerras sangrientas, hasta la devaluación del peso y la caída del petróleo.

 

Pese a su naturaleza rebelde y contestataria, a su activismo social y su generosa participación en defensa de las libertades y los derechos humanos, Filogonio guardaba una sensación de inutilidad y vacío existencial que le impedían ser del todo feliz.

 

En busca de ayuda, había recurrido a consejeros espirituales, psicólogos, chamanes, tarotistas, cartomancianas, yerberos, acupunturistas y hasta sobadores de empacho, pero nadie tenía la respuesta a sus interrogantes.

 

Cuando Filogonio ya creía que su hambre de redención y sed de justicia jamás serían saciadas, un buen día aparecieron las redes sociales y supo que existía change.org, donde por fin encontró respuesta a sus dudas existenciales.

Cuando empezó a firmar peticiones por internet su vida cambió diametralmente.

Ahora, con solo dar likes y poner corazoncitos podía resolver la hambruna en África y en la Sierra Tarahumara.

Con un click era capaz de ayudar a niños enfermos, rescatar animales en cautiverio, salvar especies en peligro de extinción…

Mediante cadenas de oración colaboró en todo tipo de proezas: hacer llover en páramos secos, sanar a niños con enfermedades incurables, incluso evitar catástrofes al desviar la trayectoria de huracanes.

Firmó todo tipo de iniciativas y mociones: desde declarar patrimonio de la humanidad a la Sierra de la Amargosa, en Julimes, para la preservación del peyote, hasta proteger de la extinción a la vaquita marina y al mayate tornasoleado (Cotinis mutabilis).

Hasta sus relaciones sociales se facilitaron, pues para cualquier evento como cumpleaños, boda, enfermedad, graduación o nacimiento, bastaba con enviar un “estíker” por “guatsap”.

Filogonio sintió por fin que había cumplido con la vida.

Engolosinado de su éxito, un buen día se le ocurrió encabezar una petición que venía acariciando desde hacía buen rato: que su guapérrima vecina saliera a la calle, ataviada en una tanga fluorescente y cantara “Devórame otra vez” mientras bailaba provocativa.

Por insólito que parezca, logró las firmas necesarias.

Tocó la puerta de la vecina para informarle del resultado de su petición.

La chica, algo curiosa, leyó la iniciativa, lo miró con un brillo muy especial en sus ojos, ¡y le sorrajó tremenda cachetada guajolotera!

Filogonio la miró sorprendido, se sobó la oreja izquierda, dio media vuelta y pensó: 

-”Bueno, yo ya cumplí…”